Paola Delbosco
Presidente de la Academia Nacional de Educación.
El tema de la educación nos involucra a todos: a los educadores, que hemos sido educados y recordamos con afecto lo bueno recibido, y a la nueva generación a educar, que parece resistirse a tener que ir a la escuela, por verla a menudo como algo que le da la espalda a ‘su’ mundo.
La educación es, en muchos sentidos, un puente multidireccional. De hecho, no habría educación si no hubiese nada que transmitir de un tiempo a otro, de una cultura a otra, de una persona a otra. Y este carácter relacional de la educación -o de puente- implica siempre dos costados: pasado y presente, presente y futuro, docente y alumnos, familias y alumnos, familias y docentes, gente dentro de la escuela y gente de afuera.
Por eso la educación es siempre algo vivo, y eso es bueno, porque si algo no palpita, no se trasmite, no transforma, no enriquece.
Teniendo en claro esta característica insoslayable del trabajo de educar, nos preguntamos por lo que está bien que siga y lo que hay que cambiar. La operación de decidir qué queda y qué se elimina de los contenidos tiene sin duda un carácter ético: se trata de elegir bajo la razón de bien. Y también bajo la razón de verdad y de belleza.
¿Qué logros humanos vale la pena transmitir? ¿Qué errores humanos no debemos repetir? ¿Qué problemas irresueltos debemos enfrentar? Lo que está en juego, en este presente laborioso, es el futuro de cada persona, de la comunidad, del país, de la humanidad.
Las nuevas tecnologías -cuco o panacea, según las vea cada docentehan llegado para que, como cada instrumento, sepamos darle el lugar donde sean de ayuda, una ayuda versátil y potente, pero sin delegar en ellas lo indelegable.
¿Qué es lo indelegable en la tarea educativa? Sin duda alguna, el trato dialógico entre docente y discente, la relación persona a persona, el ámbito en el que se construye la confianza interpersonal. O se la destruye, cuando no hay de parte de los adultos a cargo el coraje de confiar primero en el otro que está creciendo: ese riesgo de confiar en el otro mucho antes de que demuestre toda su capacidad es justamente lo que motiva a crecer.
Hay mucho en juego, y por eso ninguna sabiduría del pasado, si es realmente sabiduría, es algo viejo, no importa dónde haya nacido, quién la haya pronunciado, en qué tiempo. Lo nuevo también se incorpora fecundamente como herramienta para ampliar el mundo, superando barreras geográficas, temporales, dimensionales. Sin criterio, puede ser una gran perdida de tiempo y de esfuerzos, un estéril desgaste de atención.
En cambio, la tecnología usada con un criterio humano bien orientado a ese bien, esa verdad o esa belleza que valen la pena abrirse camino en el mundo, es lo ‘nuevo’ que proporciona una invalorable ayuda para crecer.
Quedan así enlazados en la educación lo viejo y lo nuevo, en una tarea siempre renovada de conexión intergeneracional, que nos impulsa, a los ‘viejos’ y a los ‘nuevos’, a participar activamente en la construcción de un mundo en el que valga la pena vivir.